lunes, 28 de septiembre de 2015

NAHELE NIDAWI: CAPITULO III



Finalmente llegamos a Claro de la Luna, al internarnos en ese bosque mágico y frondoso envuelto en una noche perpetua, pude distinguir varios antárboles, los pequeños hombres-árbol, primos de los ancianos que protegen este rincón de paz, recorrer las sendas de Claro de la Luna.  

La luna, en lo alto del cielo color ébano, iluminaba la floresta con un resplandor plateado, en una eterna y cálida noche de verano. Aiyanna Ala de la Noche, mi amiga, mentora y para que negarlo, mi segunda madre, caminaba a mi lado susurrándome mientras caminábamos los secretos del bosque.

Recorrimos los senderos hasta llegar a Amparo de la Noche, donde conocí a los que iban a ser mis compañeros en adelante. que bajo la atenta mirada de Rémulos, seriamos instruidos en las artes de la unión espiritual con las ánimas de la naturaleza y la metamorfosis en los diferentes animales.

Recuerdo que esa noche fue mágica, no sólo por la ilusión de emprender un nuevo camino, sino por la seguridad de que lo recorrería acompañada de Aiyanna, y de los demás maestros que nos observaban silenciosos, mientras nos presentábamos ante los demás aprendices.

Tauren y Kaldorei, unidos por un objetivo común, instruir a la nueva generación para proteger la naturaleza y sanar el continente roto de sus heridas de guerra. Esa era la teoría, la práctica fue durante los siguientes años aprender a controlar nuestras emociones, entrar en comunión con la naturaleza y respetar el equilibrio, a base de ejercicios de meditación alguna que otra colleja y mucha paciencia.

Los años fueron pasando y poco a poco fui perfilando mis habilidades y dones, muchos de mis maestros me observaban preocupados, porque a pesar de mis esfuerzos por intentar hallar el equilibrio, en lo más profundo de mi ser algo feroz se revolvía.

Aprendí a comunicarme con cierta armonía con los animales salvajes, como los tigres negros y los osos que merodean y cazan por el bosque, más veces me escapaba de las aburridas lecciones sobre anatomía y me perdía por las sendas corriendo acompañada de un lobezno con el que había creado un vínculo de amistad.

Es extraño, pero a pesar de estar rodeada de atenciones y amistades, prefería la soledad del bosque. Desde siempre he rehuido las glandes aglomeraciones, no soporto sentirme rodeada de conversaciones banales, del incesante murmullo de los secretos confesados a media voz, de las miradas reprobatorias, de las inquisitivas…

Mientras los demás aprendices murmuraban sorprendidos y soltaban pequeños gritos de alegría al controlar las energías de la naturaleza, yo me limitaba a resoplar. Nunca era suficiente, tenía que ser la mejor.

Y así fue como poco a poco sin darme cuenta los demás fueron dejándome de lado. Ciertamente no me preocupó, prefería el silencioso revoloteo de los pájaros, el ulular del búho o el ronroneo del gran sable que sus vanas palabras.

Estudiaba los pergaminos hasta altas horas de la noche, alumbrada por los brillantes rayos de la Luna, por temor a despertar a los demás. Me levantaba la primera para poder recorrer los senderos y disfrutar de la belleza que me rodeaba antes de dirigirme al claro donde practicaríamos nuestras artes, y donde nos seguirían instruyendo.

Poco a poco fui avanzando en mi educación hasta que llegó el gran momento: debía presentarme ante los grandes espíritus y pedirles que me permitieran adoptar su forma, como siguiente paso en mi formación.

Esa noche apenas pegué ojo, con mi cabeza apoyada en el regazo de Aiyanna, mientras me susurraba una antiquísima canción kaldorei. Sus manos se deslizaban por mi larga melena, confortándome con su presencia, pero a pesar de todo, tenía miedo. Miedo de esa parte oscura de mi alma, que se negaba a dejarme olvidar la satisfactoria sensación que sentí, al deslizar la espada mordiendo la carne del orco.

Finalmente, detuvo su canto y se inclinó tocándome suavemente el hombro. Mi angustiada mirada se perdió en la sabiduría de sus ojos dorados y tragando saliva me incorporé.

Ella se limitó a mirarme, sonrió y me estrecho entre sus brazos susurrándome.

-  El momento ha llegado mi niña. Confía en ti misma y todo saldrá bien.

Asentí sin pronunciar palabra porque si empezaba a hablar seria como las demás, comenzaría con mis preguntas, expondría mis miedos y no seria mejor que el resto.

Caminamos en silencio, abrazadas por la cintura, hasta que llegamos al claro. Allí Aiyanna besó mi frente y apretándome con suavidad el hombro avanzó hasta los demás maestros, o Shan’do como les llamábamos respetuosamente.

Quedábamos menos de veinte aprendices de los que iniciamos los estudios, muchos habían abandonado bien por su temperamento, bien porque en la calma de este lugar entendieron que su camino era otro, ser instruidos como guerreros, o como Centinelas, otros decidieron que preferían emplear su talento en artes mas mundanas como artesanos. El caso es que éramos poco más de una veintena de Kaldoreis, ansiosos por desvelar el que sería nuestra confirmación de que seguíamos el camino correcto.

Uno de los Kaldoreis más venerable, que hasta ese momento se había limitado a observarnos en silencio se adelantó, y nos miro uno a uno, creo que valorándonos.

- El tiempo de la reflexión ha terminado, estos años de arduo aprendizaje en que os hemos inculcado el respeto y cuidado del Equilibrio y la Naturaleza, darán paso a vuestro siguiente reto. Hoy os presentaréis ante el Espíritu del gran Oso, para que os conceda vuestro don: vuestra forma animal.  El dominio de las transformaciones requiere disciplina y concentración, algo que habéis estado entrenando hasta ahora.- Su sabia mirada resbaló sobre cada uno de nosotros tomándose su tiempo para que sus palabras calasen en nuestras mentes – Ahora os dirigiréis de uno en uno hacia donde el Gran Espíritu os aguarda, le mostraréis vuestro respeto inclinándoos ante él. El Gran Espíritu observará vuestra alma y si sois merecedores de ese don, os lo otorgará de tal manera que podréis iniciar vuestros estudios como Thero’san.

Todos sentimos el impulso de mirarnos los unos  a los otros creo, al menos yo lo sentí.  ¿Qué pasaría si no pasábamos su juicio?

-Veo miedo y duda en vuestros jóvenes rostros- el Kaldorei esbozó una imperceptible sonrisa. -No os preocupéis, pues si habéis llegado hasta aquí es que seguís el camino correcto. Y ahora, que Elune guarde vuestros pasos. – Extendió la mano hacia el sendero, que ascendía hacia el bosque donde seguramente esperaba pacientemente el Espíritu del Gran Oso.

Recuerdo que inspire hondo al finalizar su discurso, y esperé mi turno pacientemente mientras veía como el resto ascendía con el mentón alzado, aparentemente calmados pero estaba segura que tan nerviosos como yo misma.

A medida que los demás desaparecían por el sendero, mi nerviosismo crecía ¿cuándo iba a llegar mi turno? los aprendices avanzaban nerviosos y volvían, con una leve sonrisa calmada en sus rostros. Al parecer todos habían recibido la bendición del Espíritu.

Finalmente llegó mi turno, la suave voz de Aiyanna susurró mi nombre y comencé a andar por el sendero con paso titubeante, por un instante crucé la mirada con Aiyanna quien sonrió insuflándome el valor, para enderezar la espalda y dejar mis miedos a un lado. De todas formas poco podía hacer ya.

Avancé por el silencioso sendero, y caminé entre los frondosos árboles mirando a mi alrededor con curiosidad. Pues conocía la mayoría de los senderos, salvo este, esta parte del bosque había permanecido vedado a mis pasos hasta ahora.

Finalmente salí a un pequeño prado y miré en torno mientras el repiqueteo del riachuelo inundaba el claro Mi mirada vagó por la linde del claro buscando al Espíritu del Gran Oso nerviosa. ¿Dónde estaba? ¿Acaso se había ido ya?¿Se habría olvidado de mi?

El sonido de unos grandes pasos surgió a mi espalda e instintivamente me giré observando en guardia, lo que vi me dejó de piedra. Ante mí un enorme oso de oscuro pelaje me observaba solemne, por unos instantes permanecí manteniéndole la mirada pero recordando las palabras del Shan’do, incline presurosa la cabeza arrodillándome ante el.

El gran oso avanzo lentamente hasta que sus zarpas quedaron ante mi vista, sentía la calidez de su respiración azotar mi melena y la solemnidad de su mirada recorriéndome. Tragué saliva inquieta y fue entonces cuando le escuché.

- ¿Qué buscas aquí pequeña? – Su hocico olisqueó mi rostro y sorprendida vi como se sentaba perezoso ante mí, alce la vista mirándole sin comprender, algo parecido a un resoplido escapó de sus hocicos, mientras me hablaba de una forma directa aunque sus palabras resonaran tan solo en mi mente – Habla sin miedo-

- Yo - sentí mi garganta cerrarse nerviosa pero tragué saliva y logre balbucear- busco tu bendición, para aprender a adoptar la forma de los animales y seguir instruyéndome en el camino del druida, Gran Espíritu – mi voz titubeante reflejaba mi confusión.

- ¿Y por qué quieres recorrer ese camino niña? Tu alma es demasiado salvaje para hallar el equilibrio, fallarás. ¿Cómo esperas controlarte?- Sus palabras me dejaron sin aliento y sentí una profunda congoja surgir en mi pecho mientras las lágrimas asomaban a mis ojos desbocadas. ¿Eso era todo?¿Otro fracaso? 

Cuando creí que todo había acabado, una voz resonó a mis espaldas, provocando en mi un leve respingo.

- No seas tan gruñón hermano- se escuchó entre ronroneos -Se avecinan tiempos convulsos, y esta joven tiene un largo camino que recorrer- Boquiabierta observé al Gran Sable que sentado sobre sus cuartos traseros nos miraba con una chispa de ferocidad en su mirada.

- Sabes tan bien como yo que un descuido y se perderá- El Gran Oso, se alzó mirándome majestuoso, haciendo que me encogiera ante sus palabras. ¿Acaso iba a morir?

- Se perderá, y volverá a encontrarse- En ese instante su mirada me recorrió de arriba a abajo estudiandome - Pero ni tu ni yo podemos hacer nada para evitarlo, tan sólo enseñarle y rezar a Elune para que tome las decisiones correctas - mi mirada se cruzó fugaz con la suya preocupada por tal premonición, pero el se limitó a continuar su aseveración - La reconozco como hermana, su ferocidad será la que la lleve a luchar por sus hermanos, su compasión la que temple su carácter y su espíritu la que la lleve a prevalecer.- El sable me miro entonces serio, y acercándose a mí exhalo su aliento sobre mi rostro, momento en que sentí una oleada de calma bañar mi alma mientras el Gran Oso, se acercaba entonces y exhalaba su aliento de la misma forma mientras sentía su fortaleza penetrar en mi alma apartando los miedos. Cerré los ojos agradecida y cuando volví a abrirlos, tan solo alcancé a distinguir las hojas de los arbustos meciéndose al viento.

¿Qué significaba todo lo ocurrido? Aun hoy, sigo sin entenderlo. Fui doblemente bendecida para acabar perdida, 


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Nahele Nidawi: Capitulo Tercero by Nissa Audun is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.

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