Nací hace algo más de trescientos años en
nuestra adorada Astranaar. Apenas recuerdo retazos de esa época… más bien son
sensaciones, como las luces del alba que entraban por el lateral de nuestra
casa árbol, el recuerdo de una dulce voz que me cantaba una nana, y que deduzco
que pertenecía a mi madre, el olor de los libros que estudiaba mi padre, el
rasgar de la pluma sobre el papiro…
Tuve una infancia privilegiada, rodeada de
los atentos cuidados de mi madre y las sabias enseñanzas de mi padre, me sentía
especial dado que éramos pocos niños y siempre recibíamos la atención de nuestros
vecinos Kaldorei.
Las imágenes hace tiempo que dejaron de ser
nítidas, pero recuerdo algunas caras sonrientes de las centinelas que guardaban
los límites de la ciudad, los aprendices de druida que no dudaban en
convertirse en hermosos felinos para jugar con nosotros al escondite, incluso
recuerdo a uno especialmente tranquilo que nos observaba desde la distancia.
Eran tiempos felices en que poco más que tenía
que hacer que jugar con mis amigos, y aprender a respetar nuestro entorno,
cuidarlo… Desde la más pequeña de las flores hasta la más hermosa criatura, era
objeto de una lección. Porque a pesar de nuestra inocencia, éramos conscientes
de los peligros que nos acechaban más allá de la linde de la ciudad.
Pero no todo era una paz idílica, los orcos…
esos sangrientos guerreros hacían incursiones en la ciudad tratando de
arrebatárnosla para mayor gloria de la Horda.
Recuerdo los gritos de alarma, esconderme
bajo la cama mientras Greynlar, la pantera de mi madre se acurrucaba a mi vera
para protegerme. Yo era pequeña pero quería participar, ser como mi madre una
valiente centinela… o como mi padre, valiente y elegante con la espada…
Sí, quise ser muchas cosas de pequeña,
incluso me plantee ser cronista de las grandes gestas de mis amigos, tales eran
nuestros sueños.
Pero pasaron los años y recibí la primera
herida que marcó el final de mi inocencia. En una de las incursiones mi madre
sufrió cruentas heridas y tuve que enfrentarme al dolor de su muerte.
Es uno de los pocos días que permanecen
nítidos en mi memoria.
Todo comenzó como siempre, con las señales de alarma de
los vigías, mi madre recogiendo su arco y ordenándome permanecer escondida, mi
padre tomando sus espadas y saliendo tras ella con rapidez… Y tras un largo
intervalo de tiempo, en que los rugidos de esas bestias se superponían a las
órdenes de mis compatriotas, aferrada aún a Greynlar como siempre, supe que
algo iba mal. La enorme pantera empezó a temblar y creí ver angustia en su
mirada animal. Sin mediar palabra desobedecí por primera vez a mi madre y salí
de mi escondite temerosa de lo que mi corazón percibía y mi mente se negaba a
creer.
Corrí como tantas otras veces había hecho en
el bosque a la vera de Greynlar y entonces los ví… y mis piernas no fueron
capaces de dar un paso… Mi padre, se defendía de la feroz envestida de dos orcos
armados con grandes hachas, aún hoy pienso en la macabra danza que observaba…
mi padre, de movimientos rápidos y elegantes atacaba y bloqueaba con rapidez,
en contraposición a los salvajes y devastadores golpes de esas bestias de piel
verdosa.
No entendía por qué no huía si estaba en
desigualdad numérica, viendo que cada golpe de ambos orcos le hacia retroceder,
pues sus pesadas hachas caían una y otra vez sobre su espada… hasta que la vi.
Mi madre, con sus cabellos como la madreselva
esparcidos sobre el ensangrentado suelo, se movía lentamente, arrastrándose de
espaldas mientras de su torso lleno de sangre escapaban regueros carmesíes, una
mueca de dolor cruzaba su pálido semblante mientras observaba la refriega… fue
su grito el que me hizo mirar hacia donde peleaba mi padre, a tiempo de ver
caer su cabeza separada de su cuerpo… Fue extraño porque en ese momento parece
que el mundo se sumiera en silencio… vi como su desmadejado cuerpo caía al
suelo, mientras sus amadas espadas se resbalaban de sus manos inertes, creo que
pude escuchar aunque fuera imposible por la distancia el momento exacto en que
su cuerpo chocó con el suelo… No podía moverme, no podía pensar… hasta que una
sombra cruzó mi visión apartando la vista de tan cruento espectáculo.
Mi madre se arrastraba mientras esas dos
criaturas avanzaban hacia ella entre risas salvajes, y Greynlar… se abalanzaba a
la carrera hacia ellos. En ese momento sentí la ira manando de lo más profundo
de mi alma, el dolor, la pena, la confusión pasaron a segundo término y ciega
al mundo centre mi mirada en la espada de mi padre, olvidada sobre el césped.
Corrí como alma que lleva el diablo y empuñé
su espada, mientras el mundo volvía a resonar atormentándome, me giré al oir
las palabras de mi madre, valiente hasta el final no quiso darle el placer a
esa bestia de verla llorar. Era una centinela, no acostumbran a pedir clemencia.
Vi que Greynlar entretenía a una de esas bestias y silenciosa corrí hacia el
otro, que en esos momentos alzaba el hacha sobre el cuerpo desprotegido de mi
madre.
Dejé de lado mi raciocinio y tan sólo actué,
corri hacia esa cosa sin emitir sonido alguno y ayudándome de ambas manos alcé
la espada que atravesó su espalda… aún me soprende lo fácil que fue sentir como
la hoja penetraba la carne, el leve impacto en el hueso y el grito de mi madre
al verme, pero fui estúpida… pensar que iba a matar a uno de ellos, con una
estocada… eso deja clara mi inocencia.
El orco bramó y se giró rápidamente tirándome
al suelo, su hacha calló a escasos centímetros de mi cabeza, fallando por
gracia divina supongo… debería estar muerta pero… en su lugar vi como el orco
me miraba sorprendido, su mano dejó caer el hacha mientras su cuerpo daba un
traspié hacia mi… me arrastre asustada apartándome de el mientras caía.
Tardé unos segundos en entender que las
flechas que asomaban de su espalda y cuello eran las causantes de su muerte, vi
por el rabillo del ojo como una centinela disparaba una andanada de flechas
sobre el otro orco, que terminó cayendo herido de muerte. Greynlar… estaba a su
vera, con el vientre destrozado de un hachazo. Sus ojos vidriosos me miraban,
muertos pero abrasándome el alma…
Y fue cuando giré la vista hacia mi madre,
¿por qué está tan quieta?... recuerdo haberme acercado primero a cuatro patas, después
a la carrera dejándome caer a su lado,
cojo su rostro entre mis manos apoyándola con suavidad en mi regazo. Algunas
gotas de lluvia caen sobre su frente… tardo algo de tiempo en darme cuenta de
que son mis lágrimas. Ella parpadea y me mira esbozando una mueca de sorpresa,
el dolor y la pena inundan su mirada y sólo acierta a decir mi nombre en un
resuello… antes de exhalar su último aliento. No sé cuánto tiempo permanecí mirándola
a los ojos, el tiempo no era importante, nada lo era… me sentí vacía… a mi
alrededor notaba presencias que iban y venían, pero no me importaba, enemigo o
amigo… que más daba… no me quedaba nada…
Alguien poso sus manos en mis hombros y vi
como otra mano cerraba con delicadeza los ojos de mi madre, fue eso… lo que me
hizo saltar… grité y pateé a quienes se acercaban, ¡nadie podía tocarla! ¡¡¡Es
mi madre!!! ¡¡Apartaos!!!...
Me hice un ovillo envolviendo a mi madre
entre mis brazos, tratando de mantenerla cerca… pero poco a poco sentía como su
familiar calidez abandonaba su cuerpo. Alce la mirada mientras un grito desgarraba
mi garganta, y al mirar en torno falta de aire… los vi. A mis amigos… a mis
compatriotas, en círculo a mi alrededor, algunos lloraban en silencio, otros
simplemente mantenían adustos sus rostros… pero todos y cada uno de ellos me
miraban…
No recuerdo más de entonces… creo que me
desmayé o bien me dejaron noqueada, lo cierto es que después de aquello, tardé
mucho tiempo en volver a pronunciar palabra.
Nahele Nidawi: Capitulo I by Nissa Audun is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
No hay comentarios:
Publicar un comentario