jueves, 12 de octubre de 2017

El último paso


La muchacha observó el campamento lleno de soldados desde lo alto de la almena del castillo, aún dolorida por las heridas recibidas. Parecía que estaba maldita en más de un sentido, puesto que de las batallas en las que había participado ni una vez volvió indemne; no obstante se alegraba de ello, quizás no pudiera proteger a los demás con su fuerza pero si la respuesta a sus plegarias era recibir las heridas en vez de sus compañeros, bienvenidas eran; después de todo, el resto tenía más motivos para vivir que ella.

Su mirada vagó distinguiendo las figuras conocidas del Lord comandante y su valiente esposa, ambos dignos de admiración y es que no había nada que más levantara el ánimo de los soldados que ver tanto al Lord Comandante como a su esposa luchando a su lado. Y vaya si luchaban, el Lord Comandante siempre iba en vanguardia seguido de sus hombres, y en cuanto a Lady Ferrobravo, verla embutida en su armadura de placas con la espada en alto cargando contra los enemigos era una de las imágenes más aterradoras de su vida. Sobre todo pensando en que hacía poco que había dado a Luz y aún estaba reponiéndose de sus heridas.

Y el Conde no se quedaba atrás, a pesar de sus años dirigía las tropas con mano de hierro, siendo el mejor estratega del campamento.

Suspiró bajando la mirada a sus manos, puesto que se sentía inútil, no hacía nada a derechas, ¿Acaso la Luz la había abandonado?

A veces las buenas intenciones no bastan. He cometido errores en mi vida pero como este nunca... ¡Santa Luz perdóname!

¿Cómo puede una guiar a los demás en el camino a la Sagrada Luz si he vuelto a perder el mío? Las sombras me envuelven de nuevo.

Lo he intentado, lo juro. Pero el peso de mi pecado me corroe por dentro, ¿cómo puede decirme que la Luz me perdonara, si yo no me perdono?

A veces me levanto en la oscuridad de la noche para pasear por los fríos pasillos del castillo, mis manos acariciando la helada piedra de sus muros, hasta llegar a lo alto de las almenas. Solo entonces me detengo, observando el paisaje a mi alrededor y me pregunto mirando al suelo si me daría tiempo de arrepentirme si dejara que mis pies avanzaran hacia el vacío, tan solo un poco más...

Hoy he vuelto a tener esos pensamientos oscuros... he vuelto a cortarme otro mechón de cabello por cada uno de ellos. Es mi forma de cumplir con mi condena. No es bastante y no encuentro con quien hablar de ello... a veces me siento tan sola…

Sin mirar atrás bajo las escaleras a la carrera, hasta salir por las puertas dejando atrás todo, pues no siento más que la necesidad de alejarme de tanto dolor y oscuridad.

Lo he vuelto a hacer... he salido huyendo y en el camino he perdido de nuevo mi hogar, mis amigos, la Luz... Ante mí solo veo un camino que se interna aún más en la oscuridad, cada paso que doy parece ir en la dirección incorrecta, estoy perdida.

Nadie se ha dado cuenta de mi marcha, tal y como he vivido entre ellos así me he ido, en silencio y sin llamar la atención... A pesar de que las lágrimas empañan mi visión me encamino hacia el último refugio que me queda en este momento, la abadía, no miro atrás.

Han pasado varios días y no encuentro más que soledad, mi mentor ha muerto y el resto no son más que extraños rostros entre las sombras, silenciosos como mi llanto desesperado.

Nadie ha venido a buscarme... tenía razón, al igual que la Luz... mis amigos... ¡no!, rectifico: mis compañeros me han dado la espalda.

Recorro los pasillos de la fría abadía apenas escuchando los ecos de las palabras de mi mentor, la única persona que sabía mis secretos... no me queda nada. Ni familia, ni hogar, ni amigos, ni fe...

La oscuridad me envuelve mientras un pensamiento cobra fuerza en mi mente: quizás debería haber muerto con el resto de mi familia. Mis pasos nuevamente me guían hasta la más alta torre de la abadía, donde me pregunto si tendré el valor de hacer lo único que me liberará.

¡Santa Luz perdóname! ¡Mis manos están manchadas de sangre inocente y no encuentro manera de redimirme!

Atemorizada doy un paso tras otro, subiéndome a las piedras de la almena, mis dedos acariciando las hojas de las hiedras que cubren la fachada de la abadía, sollozo horrorizada por la decisión que he tomado... pero si ya estoy condenada por quitar una vida inocente, que más da... mi alma esta condenada, pero no aguanto más esta soledad que me embarga, este sentimiento angustioso... esta maldición que me consume...

Mis lagrimas humedecen mis palmas, ya no me queda nada... solo el peso de mi pecado... alzo la vista hacia las estrellas una ultima vez mientras hago lo único valiente en mi vida... doy el último paso...

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