lunes, 28 de septiembre de 2015

NAHELE NIDAWI: CAPITULO III



Finalmente llegamos a Claro de la Luna, al internarnos en ese bosque mágico y frondoso envuelto en una noche perpetua, pude distinguir varios antárboles, los pequeños hombres-árbol, primos de los ancianos que protegen este rincón de paz, recorrer las sendas de Claro de la Luna.  

La luna, en lo alto del cielo color ébano, iluminaba la floresta con un resplandor plateado, en una eterna y cálida noche de verano. Aiyanna Ala de la Noche, mi amiga, mentora y para que negarlo, mi segunda madre, caminaba a mi lado susurrándome mientras caminábamos los secretos del bosque.

Recorrimos los senderos hasta llegar a Amparo de la Noche, donde conocí a los que iban a ser mis compañeros en adelante. que bajo la atenta mirada de Rémulos, seriamos instruidos en las artes de la unión espiritual con las ánimas de la naturaleza y la metamorfosis en los diferentes animales.

Recuerdo que esa noche fue mágica, no sólo por la ilusión de emprender un nuevo camino, sino por la seguridad de que lo recorrería acompañada de Aiyanna, y de los demás maestros que nos observaban silenciosos, mientras nos presentábamos ante los demás aprendices.

Tauren y Kaldorei, unidos por un objetivo común, instruir a la nueva generación para proteger la naturaleza y sanar el continente roto de sus heridas de guerra. Esa era la teoría, la práctica fue durante los siguientes años aprender a controlar nuestras emociones, entrar en comunión con la naturaleza y respetar el equilibrio, a base de ejercicios de meditación alguna que otra colleja y mucha paciencia.

Los años fueron pasando y poco a poco fui perfilando mis habilidades y dones, muchos de mis maestros me observaban preocupados, porque a pesar de mis esfuerzos por intentar hallar el equilibrio, en lo más profundo de mi ser algo feroz se revolvía.

Aprendí a comunicarme con cierta armonía con los animales salvajes, como los tigres negros y los osos que merodean y cazan por el bosque, más veces me escapaba de las aburridas lecciones sobre anatomía y me perdía por las sendas corriendo acompañada de un lobezno con el que había creado un vínculo de amistad.

Es extraño, pero a pesar de estar rodeada de atenciones y amistades, prefería la soledad del bosque. Desde siempre he rehuido las glandes aglomeraciones, no soporto sentirme rodeada de conversaciones banales, del incesante murmullo de los secretos confesados a media voz, de las miradas reprobatorias, de las inquisitivas…

Mientras los demás aprendices murmuraban sorprendidos y soltaban pequeños gritos de alegría al controlar las energías de la naturaleza, yo me limitaba a resoplar. Nunca era suficiente, tenía que ser la mejor.

Y así fue como poco a poco sin darme cuenta los demás fueron dejándome de lado. Ciertamente no me preocupó, prefería el silencioso revoloteo de los pájaros, el ulular del búho o el ronroneo del gran sable que sus vanas palabras.

Estudiaba los pergaminos hasta altas horas de la noche, alumbrada por los brillantes rayos de la Luna, por temor a despertar a los demás. Me levantaba la primera para poder recorrer los senderos y disfrutar de la belleza que me rodeaba antes de dirigirme al claro donde practicaríamos nuestras artes, y donde nos seguirían instruyendo.

Poco a poco fui avanzando en mi educación hasta que llegó el gran momento: debía presentarme ante los grandes espíritus y pedirles que me permitieran adoptar su forma, como siguiente paso en mi formación.

Esa noche apenas pegué ojo, con mi cabeza apoyada en el regazo de Aiyanna, mientras me susurraba una antiquísima canción kaldorei. Sus manos se deslizaban por mi larga melena, confortándome con su presencia, pero a pesar de todo, tenía miedo. Miedo de esa parte oscura de mi alma, que se negaba a dejarme olvidar la satisfactoria sensación que sentí, al deslizar la espada mordiendo la carne del orco.

Finalmente, detuvo su canto y se inclinó tocándome suavemente el hombro. Mi angustiada mirada se perdió en la sabiduría de sus ojos dorados y tragando saliva me incorporé.

Ella se limitó a mirarme, sonrió y me estrecho entre sus brazos susurrándome.

-  El momento ha llegado mi niña. Confía en ti misma y todo saldrá bien.

Asentí sin pronunciar palabra porque si empezaba a hablar seria como las demás, comenzaría con mis preguntas, expondría mis miedos y no seria mejor que el resto.

Caminamos en silencio, abrazadas por la cintura, hasta que llegamos al claro. Allí Aiyanna besó mi frente y apretándome con suavidad el hombro avanzó hasta los demás maestros, o Shan’do como les llamábamos respetuosamente.

Quedábamos menos de veinte aprendices de los que iniciamos los estudios, muchos habían abandonado bien por su temperamento, bien porque en la calma de este lugar entendieron que su camino era otro, ser instruidos como guerreros, o como Centinelas, otros decidieron que preferían emplear su talento en artes mas mundanas como artesanos. El caso es que éramos poco más de una veintena de Kaldoreis, ansiosos por desvelar el que sería nuestra confirmación de que seguíamos el camino correcto.

Uno de los Kaldoreis más venerable, que hasta ese momento se había limitado a observarnos en silencio se adelantó, y nos miro uno a uno, creo que valorándonos.

- El tiempo de la reflexión ha terminado, estos años de arduo aprendizaje en que os hemos inculcado el respeto y cuidado del Equilibrio y la Naturaleza, darán paso a vuestro siguiente reto. Hoy os presentaréis ante el Espíritu del gran Oso, para que os conceda vuestro don: vuestra forma animal.  El dominio de las transformaciones requiere disciplina y concentración, algo que habéis estado entrenando hasta ahora.- Su sabia mirada resbaló sobre cada uno de nosotros tomándose su tiempo para que sus palabras calasen en nuestras mentes – Ahora os dirigiréis de uno en uno hacia donde el Gran Espíritu os aguarda, le mostraréis vuestro respeto inclinándoos ante él. El Gran Espíritu observará vuestra alma y si sois merecedores de ese don, os lo otorgará de tal manera que podréis iniciar vuestros estudios como Thero’san.

Todos sentimos el impulso de mirarnos los unos  a los otros creo, al menos yo lo sentí.  ¿Qué pasaría si no pasábamos su juicio?

-Veo miedo y duda en vuestros jóvenes rostros- el Kaldorei esbozó una imperceptible sonrisa. -No os preocupéis, pues si habéis llegado hasta aquí es que seguís el camino correcto. Y ahora, que Elune guarde vuestros pasos. – Extendió la mano hacia el sendero, que ascendía hacia el bosque donde seguramente esperaba pacientemente el Espíritu del Gran Oso.

Recuerdo que inspire hondo al finalizar su discurso, y esperé mi turno pacientemente mientras veía como el resto ascendía con el mentón alzado, aparentemente calmados pero estaba segura que tan nerviosos como yo misma.

A medida que los demás desaparecían por el sendero, mi nerviosismo crecía ¿cuándo iba a llegar mi turno? los aprendices avanzaban nerviosos y volvían, con una leve sonrisa calmada en sus rostros. Al parecer todos habían recibido la bendición del Espíritu.

Finalmente llegó mi turno, la suave voz de Aiyanna susurró mi nombre y comencé a andar por el sendero con paso titubeante, por un instante crucé la mirada con Aiyanna quien sonrió insuflándome el valor, para enderezar la espalda y dejar mis miedos a un lado. De todas formas poco podía hacer ya.

Avancé por el silencioso sendero, y caminé entre los frondosos árboles mirando a mi alrededor con curiosidad. Pues conocía la mayoría de los senderos, salvo este, esta parte del bosque había permanecido vedado a mis pasos hasta ahora.

Finalmente salí a un pequeño prado y miré en torno mientras el repiqueteo del riachuelo inundaba el claro Mi mirada vagó por la linde del claro buscando al Espíritu del Gran Oso nerviosa. ¿Dónde estaba? ¿Acaso se había ido ya?¿Se habría olvidado de mi?

El sonido de unos grandes pasos surgió a mi espalda e instintivamente me giré observando en guardia, lo que vi me dejó de piedra. Ante mí un enorme oso de oscuro pelaje me observaba solemne, por unos instantes permanecí manteniéndole la mirada pero recordando las palabras del Shan’do, incline presurosa la cabeza arrodillándome ante el.

El gran oso avanzo lentamente hasta que sus zarpas quedaron ante mi vista, sentía la calidez de su respiración azotar mi melena y la solemnidad de su mirada recorriéndome. Tragué saliva inquieta y fue entonces cuando le escuché.

- ¿Qué buscas aquí pequeña? – Su hocico olisqueó mi rostro y sorprendida vi como se sentaba perezoso ante mí, alce la vista mirándole sin comprender, algo parecido a un resoplido escapó de sus hocicos, mientras me hablaba de una forma directa aunque sus palabras resonaran tan solo en mi mente – Habla sin miedo-

- Yo - sentí mi garganta cerrarse nerviosa pero tragué saliva y logre balbucear- busco tu bendición, para aprender a adoptar la forma de los animales y seguir instruyéndome en el camino del druida, Gran Espíritu – mi voz titubeante reflejaba mi confusión.

- ¿Y por qué quieres recorrer ese camino niña? Tu alma es demasiado salvaje para hallar el equilibrio, fallarás. ¿Cómo esperas controlarte?- Sus palabras me dejaron sin aliento y sentí una profunda congoja surgir en mi pecho mientras las lágrimas asomaban a mis ojos desbocadas. ¿Eso era todo?¿Otro fracaso? 

Cuando creí que todo había acabado, una voz resonó a mis espaldas, provocando en mi un leve respingo.

- No seas tan gruñón hermano- se escuchó entre ronroneos -Se avecinan tiempos convulsos, y esta joven tiene un largo camino que recorrer- Boquiabierta observé al Gran Sable que sentado sobre sus cuartos traseros nos miraba con una chispa de ferocidad en su mirada.

- Sabes tan bien como yo que un descuido y se perderá- El Gran Oso, se alzó mirándome majestuoso, haciendo que me encogiera ante sus palabras. ¿Acaso iba a morir?

- Se perderá, y volverá a encontrarse- En ese instante su mirada me recorrió de arriba a abajo estudiandome - Pero ni tu ni yo podemos hacer nada para evitarlo, tan sólo enseñarle y rezar a Elune para que tome las decisiones correctas - mi mirada se cruzó fugaz con la suya preocupada por tal premonición, pero el se limitó a continuar su aseveración - La reconozco como hermana, su ferocidad será la que la lleve a luchar por sus hermanos, su compasión la que temple su carácter y su espíritu la que la lleve a prevalecer.- El sable me miro entonces serio, y acercándose a mí exhalo su aliento sobre mi rostro, momento en que sentí una oleada de calma bañar mi alma mientras el Gran Oso, se acercaba entonces y exhalaba su aliento de la misma forma mientras sentía su fortaleza penetrar en mi alma apartando los miedos. Cerré los ojos agradecida y cuando volví a abrirlos, tan solo alcancé a distinguir las hojas de los arbustos meciéndose al viento.

¿Qué significaba todo lo ocurrido? Aun hoy, sigo sin entenderlo. Fui doblemente bendecida para acabar perdida, 


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sábado, 26 de septiembre de 2015

NAHELE NIDAWI: CAPITULO II




Pasó mucho tiempo, antes de que volviera a hablar con nadie, me culpaba a mí misma por ser demasiado pequeña para haber salvado a mi madre, a los demás por no haber llegado antes y evitar la muerte de ambos, a mis propios padres por haber sido descuidados…

Me convertí en una Kaldorei flacucha, poco habladora y demasiado gruñona. Criada por una de las amigas de mi madre, una druida, tan silenciosa como yo…  algo estricta en apariencia pero tan dulce como un pastelillo de melaza, en el fondo.

Ella no se dio por vencida cuando el resto lo hizo, a pesar de no hablarle, de intentar ignorarla, de mis malos modales… Aiyanna solo me sonreía y me susurraba: “Cuando estés preparada para hablar, lo primero que harás será pedirme disculpas”.

Ella al igual que yo, prefería pasear sola por el bosque. Fue quien me enseñó que hasta las criaturas más pequeñas, pueden ser fascinantes. Me hablaba de su juventud, de sus estudios, me enseñaba a seguir las huellas de los pequeños cervatos por caminos que solo horadaban los animales salvajes, me mostró lo cariñosos que pueden ser los oseznos, y lo que puede llegar a picar el mordisco de una hormiga… Son momentos que atesoraré siempre, y, me temo que nunca le di las gracias lo suficiente.

Fui creciendo a su vera, siempre bajo su atenta mirada, pero dejándome la libertad que necesitaba para encontrar la forma de perdonarme a mi misma.

De la misma forma que Aiyanna me enseñaba a reconocer los rastros de los animalillos en el bosque, otros me enseñaron a blandir una espada, a apuntar con mi arco... a sobrevivir.

Años más tarde, cuando cumplí los veinte años, me sorprendió como siempre trayéndome pastelillos de arándanos y frambuesa, mis favoritos. Sonrió como siempre besándome en la frente.

- Buenos días mi niña, ¡Felicidades! Ya eres un año mas vieja… y sigues sin soltar prenda, no me entiendas mal pero a veces me gustaría saber si los pastelillos tienen la proporción de azúcar correcta, y esas cosas.

Sonrió mirándome como siempre con calma, sus cabellos de una tonalidad azulado azabache, estaban perfectamente trenzados, esta vez adornados con siemprevivas moradas.

Recuerdo que la miré y bajé la vista a mis pastelillos que había empezado a comer con glotonería, y suspirando… hablé por fín tras diez años de silencio sepulcral, y tenía razón, mis primeras palabras fueron:

-  Lo siento Aiyanna…

Recuerdo su expresión, entre sorpresa y alegría, recuerdo que se acercó a mi con movimientos agiles casi felinos, como siempre hacia… y extendiendo una mano acarició mi mejilla.

-  Gracias a ti hija…

Ese día fue especial, no solo porque se tomo su tiempo cepillando mi melena, y trenzándola con pequeñas flores y plumas multicolores, sino que me habló de su juventud, de su vida en Darnassus, de su viaje a Claro de la Luna para seguir sus enseñanzas y llegar a convertirse en la druida que era ahora. Fue un largo día, ella hablaba y yo le preguntaba, al principio tímidamente, luego empecé a hablar con mas libertad y fui yo la que tomó la palabra… ella me escuchaba en silencio, mientras yo por fin, hablaba libremente de mis sentimientos, de mis miedos, de mi vergüenza al no poder salvar a mis padres.

Recuerdo que estaba sentada, mientras una ardilla comía de mi mano, sintiendo las lágrimas que se deslizaban por mis mejillas y mi voz titubeante confesaba la razón de mi angustia.

- No … pude hacer nada Aiyanna, simplemente… fui testigo de su muerte. Si no me hubiera quedado escondida bajo la cama como una niña pequeña, si hubiera podido aprender a enarbolar una espada… si no hubiera sido tan estúpida… quizás podría haberles salvado.

Niña, dime… ¿le pides a un polluelo sin plumas volar? ¿Acaso le pides a un lobezno que cace a un ciervo?- la miré negando – Entonces, como pretendes que una niña… pueda actuar como un centinela. Hiciste lo que pudiste, ayudaste a tu madre, atravesaste a ese Orco… y le diste los minutos que necesitaba para despedirse de ti. Eras una niña, que apenas podía con la espada de tu padre… Demostraste a tu madre, que eras fuerte, te vio antes de morir. Es triste, pero no podemos retroceder al pasado para cambiarlo a nuestro antojo. Debes aprender a ver las cosas con perspectiva. Todo en este mundo es un constante cambio, la vida y la muerte es un ciclo natural. Unas veces, resulta algo abrupto… desgarrador, pero no podemos negarnos ante los cambios, sino que debemos aprender de ellos y seguir adelante.

- Pero… ¿como voy a sentirme mejor?... Ellos están muertos y yo sigo viva.

- Y cada dia que vivas, les honrarás, para que se sientan orgullosos de la hija que criaron. No te menosprecies Nahele, a veces, dar un paso atrás y observar en silencio, aprender de los demás es lo mejor que podemos hacer hasta que llegado el momento reluzcamos con luz propia. Y entonces querida niña, honrarás su recuerdo con cada uno de tus actos.

La respuesta me dejo sin aliento, al menos durante un momento… después baje la mirada a la ardilla y sonreí, al comprender, que por más que quisiera, no podía dar marcha atrás, era hora de dejar de culparme y mirar al frente. Hora de encontrar mi camino y hacer que su sacrificio, sirviera para algo.

Desde ese día, poco a poco fui volviendo a abrir mi corazón, empapándome de las enseñanzas de Aiyanna, descubrí que tenía un don especial para cuidar y sanar a los animales. Y bajo su tutela, aprendí a canalizar las energías que me rodeaban para sanar…  comprendí que ese iba a ser mi camino.

Pasaron muchos años bajo su atenta mirada, mostrándome como templar mi mente en busca del equilibrio necesario para usar las energías que percibía a mi alrededor, para sanar y reverdecer lo marchito y finalmente llegó el momento…

Una mañana me desperté como siempre, disfrutando de las caricias del sol en mi rostro. Me levanté y la vi allí, sentada a los pies de mi cama, irradiaba felicidad y orgullo.

- Buenos días, mi niña… hoy tengo algo especial para ti.

- Uhm… buenos días…-ahogué un bostezo y le sonreí- ¿más pastelillos?

- No, hoy viajaremos a Claro de la Luna. Donde serás puesta a prueba y reconocerás el don que tienes, allí aprenderás a usarlo y a controlarlo.

 -¿Qué? ¡No! No quiero dejarte… quiero aprender a tu lado…- ella negó sonriendo.

 -No mi niña… no tengo más que enseñarte. Tienes que escoger tu propio camino.

Asentí de mala gana, preparándome para el viaje, nunca hasta ese momento me había planteado dejar mi hogar, el miedo a lo que me esperaba... a no resultar digna se mezclaba con la ilusión por conocer el Claro de Luna del que tanto había oído hablar a Aiyanna.

No voy a escribir los pormenores, solo… que en ese viaje me di cuenta de que Aiyanna había entrado a formar parte de mi vida y me había dado muchísimo más de lo que yo podría devolverle, aunque me prometí algún día hacerlo, sería la mejor estudiante para que se sintiera orgullosa… que inocente llegaba a ser.


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martes, 22 de septiembre de 2015

NAHELE NIDAWI: CAPITULO I


Nací hace algo más de trescientos años en nuestra adorada Astranaar. Apenas recuerdo retazos de esa época… más bien son sensaciones, como las luces del alba que entraban por el lateral de nuestra casa árbol, el recuerdo de una dulce voz que me cantaba una nana, y que deduzco que pertenecía a mi madre, el olor de los libros que estudiaba mi padre, el rasgar de la pluma sobre el papiro…

Tuve una infancia privilegiada, rodeada de los atentos cuidados de mi madre y las sabias enseñanzas de mi padre, me sentía especial dado que éramos pocos niños y siempre recibíamos la atención de nuestros vecinos Kaldorei.

Las imágenes hace tiempo que dejaron de ser nítidas, pero recuerdo algunas caras sonrientes de las centinelas que guardaban los límites de la ciudad, los aprendices de druida que no dudaban en convertirse en hermosos felinos para jugar con nosotros al escondite, incluso recuerdo a uno especialmente tranquilo que nos observaba desde la distancia.

Eran tiempos felices en que poco más que tenía que hacer que jugar con mis amigos, y aprender a respetar nuestro entorno, cuidarlo… Desde la más pequeña de las flores hasta la más hermosa criatura, era objeto de una lección. Porque a pesar de nuestra inocencia, éramos conscientes de los peligros que nos acechaban más allá de la linde de la ciudad.

Pero no todo era una paz idílica, los orcos… esos sangrientos guerreros hacían incursiones en la ciudad tratando de arrebatárnosla para mayor gloria de la Horda.

Recuerdo los gritos de alarma, esconderme bajo la cama mientras Greynlar, la pantera de mi madre se acurrucaba a mi vera para protegerme. Yo era pequeña pero quería participar, ser como mi madre una valiente centinela… o como mi padre, valiente y elegante con la espada…

Sí, quise ser muchas cosas de pequeña, incluso me plantee ser cronista de las grandes gestas de mis amigos, tales eran nuestros sueños.

Pero pasaron los años y recibí la primera herida que marcó el final de mi inocencia. En una de las incursiones mi madre sufrió cruentas heridas y tuve que enfrentarme al dolor de su muerte.
Es uno de los pocos días que permanecen nítidos en mi memoria.

Todo comenzó como siempre, con las señales de alarma de los vigías, mi madre recogiendo su arco y ordenándome permanecer escondida, mi padre tomando sus espadas y saliendo tras ella con rapidez… Y tras un largo intervalo de tiempo, en que los rugidos de esas bestias se superponían a las órdenes de mis compatriotas, aferrada aún a Greynlar como siempre, supe que algo iba mal. La enorme pantera empezó a temblar y creí ver angustia en su mirada animal. Sin mediar palabra desobedecí por primera vez a mi madre y salí de mi escondite temerosa de lo que mi corazón percibía y mi mente se negaba a creer.

Corrí como tantas otras veces había hecho en el bosque a la vera de Greynlar y entonces los ví… y mis piernas no fueron capaces de dar un paso… Mi padre, se defendía de la feroz envestida de dos orcos armados con grandes hachas, aún hoy pienso en la macabra danza que observaba… mi padre, de movimientos rápidos y elegantes atacaba y bloqueaba con rapidez, en contraposición a los salvajes y devastadores golpes de esas bestias de piel verdosa.

No entendía por qué no huía si estaba en desigualdad numérica, viendo que cada golpe de ambos orcos le hacia retroceder, pues sus pesadas hachas caían una y otra vez sobre su espada… hasta que la vi.

Mi madre, con sus cabellos como la madreselva esparcidos sobre el ensangrentado suelo, se movía lentamente, arrastrándose de espaldas mientras de su torso lleno de sangre escapaban regueros carmesíes, una mueca de dolor cruzaba su pálido semblante mientras observaba la refriega… fue su grito el que me hizo mirar hacia donde peleaba mi padre, a tiempo de ver caer su cabeza separada de su cuerpo… Fue extraño porque en ese momento parece que el mundo se sumiera en silencio… vi como su desmadejado cuerpo caía al suelo, mientras sus amadas espadas se resbalaban de sus manos inertes, creo que pude escuchar aunque fuera imposible por la distancia el momento exacto en que su cuerpo chocó con el suelo… No podía moverme, no podía pensar… hasta que una sombra cruzó mi visión apartando la vista de tan cruento espectáculo.

Mi madre se arrastraba mientras esas dos criaturas avanzaban hacia ella entre risas salvajes, y Greynlar… se abalanzaba a la carrera hacia ellos. En ese momento sentí la ira manando de lo más profundo de mi alma, el dolor, la pena, la confusión pasaron a segundo término y ciega al mundo centre mi mirada en la espada de mi padre, olvidada sobre el césped.

Corrí como alma que lleva el diablo y empuñé su espada, mientras el mundo volvía a resonar atormentándome, me giré al oir las palabras de mi madre, valiente hasta el final no quiso darle el placer a esa bestia de verla llorar. Era una centinela, no acostumbran a pedir clemencia. Vi que Greynlar entretenía a una de esas bestias y silenciosa corrí hacia el otro, que en esos momentos alzaba el hacha sobre el cuerpo desprotegido de mi madre.

Dejé de lado mi raciocinio y tan sólo actué, corri hacia esa cosa sin emitir sonido alguno y ayudándome de ambas manos alcé la espada que atravesó su espalda… aún me soprende lo fácil que fue sentir como la hoja penetraba la carne, el leve impacto en el hueso y el grito de mi madre al verme, pero fui estúpida… pensar que iba a matar a uno de ellos, con una estocada… eso deja clara mi inocencia.

El orco bramó y se giró rápidamente tirándome al suelo, su hacha calló a escasos centímetros de mi cabeza, fallando por gracia divina supongo… debería estar muerta pero… en su lugar vi como el orco me miraba sorprendido, su mano dejó caer el hacha mientras su cuerpo daba un traspié hacia mi… me arrastre asustada apartándome de el mientras caía.

Tardé unos segundos en entender que las flechas que asomaban de su espalda y cuello eran las causantes de su muerte, vi por el rabillo del ojo como una centinela disparaba una andanada de flechas sobre el otro orco, que terminó cayendo herido de muerte. Greynlar… estaba a su vera, con el vientre destrozado de un hachazo. Sus ojos vidriosos me miraban, muertos pero abrasándome el alma…

Y fue cuando giré la vista hacia mi madre, ¿por qué está tan quieta?... recuerdo haberme acercado primero a cuatro patas, después a la carrera  dejándome caer a su lado, cojo su rostro entre mis manos apoyándola con suavidad en mi regazo. Algunas gotas de lluvia caen sobre su frente… tardo algo de tiempo en darme cuenta de que son mis lágrimas. Ella parpadea y me mira esbozando una mueca de sorpresa, el dolor y la pena inundan su mirada y sólo acierta a decir mi nombre en un resuello… antes de exhalar su último aliento. No sé cuánto tiempo permanecí mirándola a los ojos, el tiempo no era importante, nada lo era… me sentí vacía… a mi alrededor notaba presencias que iban y venían, pero no me importaba, enemigo o amigo… que más daba… no me quedaba nada…

Alguien poso sus manos en mis hombros y vi como otra mano cerraba con delicadeza los ojos de mi madre, fue eso… lo que me hizo saltar… grité y pateé a quienes se acercaban, ¡nadie podía tocarla! ¡¡¡Es mi madre!!! ¡¡Apartaos!!!...

Me hice un ovillo envolviendo a mi madre entre mis brazos, tratando de mantenerla cerca… pero poco a poco sentía como su familiar calidez abandonaba su cuerpo. Alce la mirada mientras un grito desgarraba mi garganta, y al mirar en torno falta de aire… los vi. A mis amigos… a mis compatriotas, en círculo a mi alrededor, algunos lloraban en silencio, otros simplemente mantenían adustos sus rostros… pero todos y cada uno de ellos me miraban…


No recuerdo más de entonces… creo que me desmayé o bien me dejaron noqueada, lo cierto es que después de aquello, tardé mucho tiempo en volver a pronunciar palabra. 



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domingo, 20 de septiembre de 2015

NAHELE NIDAWI



PRÓLOGO:


Aquí estoy, en mi pequeño rincón de soledad al que llamo hogar. Si… entre humanos que detesto, en una ciudad humana que detesto, alejada de todo lo que he amado en esta vida… pero antes quizás deba empezar por el principio.

¿Qué me ha impulsado a iniciar estas páginas? Muy sencillo, llevo demasiado tiempo malviviendo en esta poblada ciudad, recorriendo en soledad sus calles infectas, conviviendo y creando lazos de amistad con mis compañeros de batalla… Pero esta noche Elune se ha reído de mí… o eso creo. 

Quizás tan solo haya respondido por fin a mis ruegos y me haya otorgado la señal que estaba esperando.

Era una noche cualquiera, en que aburrida de tratar las pieles que vendo para mi sustento, acompañé a los que llamo mis compañeros al puerto, y allí estaban… mis hermanos. Hacía demasiado tiempo que no coincidía con un grupo tan grande de ellos. En la taberna donde voy a ahogar mis penas, encuentro a esos jóvenes que encandilados por los sueños de grandes aventuras, se dirigen a la ciudad humana en busca de retos y amoríos, arrastrando nuestro buen nombre por el fango. Pero estos eran distintos, lo supe al ver a su líder, una altiva elfa de cabellos níveos, casi plateados, cuyos movimientos denotaban una regia elegancia. Al escucharles hablar en mi lengua natal, un sentimiento que creí consumido inundó mí cuerpo, haciendo que un hormigueo recorriera mi estómago a la par que la vergüenza me embargaba, pues había palabras que no entendía.

¿Cómo puede ser que me haya olvidado ya de mi lengua materna? ¿En qué clase de Kaldorei me he convertido? Me acerqué a ellos humilde, nerviosa como una aprendiz el primer día en que toma los pergaminos…  y me he dado cuenta de que tengo poco que ver con ellos, sus palabras quizás hayan sido el peor golpe recibido en mucho tiempo, han abierto heridas que creía ya cerradas… y es que como dicen… me he vuelto demasiado humana.

¿Cómo ha pasado? Yo que valoro los principios de mi gente y de mi tierra, ¿cómo me he permitido acabar como lo que más detesto? Yo que he luchado codo con codo con mis hermanas, que he curado sus heridas en batalla… ¿cómo me he alejado tanto de la persona que una vez fui?

Me fui de allí sin mediar palabra… no tengo cabida a su lado… mi pueblo… soy una extraña para todos ellos.

Quizás por eso empiece a escribir mi historia, no por un impulso vanal de darme a conocer, no porque quiera que los demás dejen de mirarme con odio o pena, no. Simplemente, quiero poner en orden mis pensamientos y recordar, el camino que me ha conducido a lo que soy hoy día.

Y es que…  "Para llegar a saber quién eres, antes debes entender que donde vienes"

Así pues, debo recordar todo lo que me obligue a olvidar, debo rememorar los rostros de un pasado que creía ya muerto, debo recordar el camino que recorrí para convertirme de una aprendiz del sendero druídico a una simple cazadora de recompensas, y para que miento… a no ser más que una mera asesina.


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viernes, 13 de febrero de 2015

La leyenda del Lobo y la Lechuza.

 
Un día, por la certera flecha de un cazador, una lechuza cayó y fue tan estrepitosa la caída que sus alas se desplumaron y quebraron y pensó que nunca mas volvería a volar. Así, tendida en el suelo, llorando y asustada, la encontró un lobo y cayéndole en gracia la tomo suavemente entre sus fauces y se la llevó.
 
Pasó el tiempo y las plumas de la lechuza volvieron a crecer aun mas hermosas, sus huesos se soldaron y la alegría volvió a encender su corazón. Pero como toda ave, quiso tomar vuelo e irse lejos... Pero el lobo se había acostumbrado a su compañía y no la dejaba marchar, no quería que lejos de él la volvieran a lastimar.
 
Un día el Lobo y la Lechuza tuvieron una discusión, pues uno no quería dejarla ir y la otra no pensaba más que en volar... Ella intentaba escaparse y el Lobo la atrapaba con suavidad, pero de tanto forcejeo y sin intención alguna, el lobo en una de las ocasiones quebró las suaves alas de la lechuza que gritó y se apartó de el, el lobo espantado por haberla herido se alejó de ella a la carrera, avergonzado y a su vez defraudado en el fondo de su corazón.
 
Orgullosa como siempre, y decidiendo que nadie la diría nunca que hacer, la Lechuza se arrastró paso a paso a la cima de la montaña y con un último esfuerzo, se lanzó en su último vuelo, los gatos que la vieron caer dijeron "si queda viva juguemos con ella", las hienas que olieron su sangre correr gritaron "¡comida!" y el lobo, que los escucho a todos, se alejó a la carrera sin girarse.
 
Cuenta la leyenda, que en noches de luna llena, vaga el Lobo aullándole a la Luna su dolor, y la Orgullosa Lechuza mientras... se aleja esquiva.
 
Y es que a veces por  orgullo no queremos hacer caso a quienes nos quieren desinteresadamente... sino que creemos en las fantasías que nos cuentan el resto, que como los gatos y las hienas, solo esperan nuestro tropiezo para su propio provecho.

 
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Miedo al fracaso.

Una vez mas me siento ante el ordenador, aprieto el botón de encendido y espero pacientemente hasta que es operativo. Entonces busc...